Terminé hoy las Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino, el clásico de la literatura de ese gran autor de ciencia ficción que fue Julio Verne. Honestamente, y aunque la obra sea sorprendente, puede resultar agotadora, porque Verne se preocupa demasiado en enumerar y describir exhaustivamente todas las especies marinas con las que el Profesor Aronnax se depara mientras sigue su viaje en el Nautilus, la bestia que provocó tanto espanto en los buques de su época y respectivas tripulaciones.
La historia tiene lugar en todos los océanos del planeta. Sus personajes, el Prof. Aronnax, su pupilo Conseil, el imprevisible arponero Ned Land y el misterioso Capitán Nemo viven sus aventuras a bordo del submarino, mostrándonos un impresionante mundo subacuático lleno de monstruos de dimensiones colosales, continentes perdidos y cavernas misteriosas.
Verne anticipó una revolución en los mares. Su aparato es común en nuestros días. Sentimos el asombro que la electricidad y sus potencialidades le despiertan. En este momento de evolución tecnológica, muchos de los logros de Nautilus no nos impresionan. Lo mismo no pasa con el Capitán Nemo. Nada sabemos de su origen y sus motivaciones. De modo similar a lo que le pasó al Profesor Aronnax, nosotros también nos dejamos atraer por la seguridad del capitán en todas sus decisiones, su temperamento inflexible, su carácter y terquedad.
Fue mi primera lectura de Verne, y estoy seguro que no será la ultima. Sé que Verne reservó todo lo que queremos saber del Capitán Nemo en una obra llamada La Isla Misteriosa, que tengo que comprar. Fue, de igual forma, mi segunda lectura en castellano después de La Casa de los Espíritus.
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